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«Nosotros, los mexicanos, descendemos de los aztecas; ustedes, los argentinos, descienden de los barcos»
(Carlos Fuentes)
Hora de comer. Plato, cubiertos, vaso y servilleta. Mando a distancia. Documental de animalitos de la 2.
«Fíjate qué maravilla. Las orcas son unos animales fantásticos. En su inmensidad se mueven en el agua con una soltura, una velocidad, una fuerza… Además esa combinación de blanco y negro es tan elegante… Me encantan. Tienen mala prensa porque la gente es tonta. Se dejan llevar por aquello de que son asesinas y no sé qué, pero es una tontería. Todos los animales se comen a otros para vivir. Por ejemplo, el león. Se le respeta, se le llama el rey, pero nunca asesino por ir comiéndose gacelitas por la sabana. Las orcas tienen una fama tremendamente injusta».
Tras media hora de documental (minuto 28:00)
«¿Pero has visto eso? ¡Puto bicho de mierda! ¡Putas orcas! ¡Qué asco de animal!. Hay que ser hija de puta para hacer algo así. Mira cómo acorralan a la pobre foquita y la trincan por detrás. Pero qué hijas de puta. Deberían estar todas muertas. ¡Qué asco de bicho!»
Una película que no deja indiferente a nadie y una canción que forma parte de los clásicos contemporáneos.
Autobús interurbano lleno de pasajeros. Llega a la entrada de la ciudad que está absolutamente colapsada. Se oyen tripas rugir. Son las 13:50. El conductor, tras un rato, empieza a desesperarse viendo que el tráfico no avanza. Diez minutos parado.
“Tenía que haber salido ya para hacer el viaje de vuelta y ni siquiera hemos llegado”.
Se pasa la mano por la cara. Cambia de postura. Los pasajeros se aferran a sus móviles. Se percibe la tensión ambiental en aumento. El conductor busca consuelo en una señora ubicada en el asiento más próximo a él:
“No sé si habrá pasado algo”.
La señora suelta toda su tensión con un monólogo que va dispersando a razón de una frase cada 30 segundos, hasta llegar casi a infinito, en un tono muy campechano:
“Nadie te deja pasar, ¿verdad hijo? Aquí cada uno a lo suyo y el que venga detrás…
Mira cómo adelantan estos por el lado derecho. Eso no se puede hacer. ¿Y dónde está la policía aquí? Nada… ¡Qué vergüenza!
También podían hacer las carreteras más anchas.
¿Y por qué no te metes por otro camino? Das la vuelta a este barrio y aparecemos abajo. Mi marido cuando venimos del pueblo eso hace.
Pues anda que si te está esperando una señora mayor en la parada, con la que está cayendo….
Y están todos paraos, ¿eh?
Pues nada…
Esto es que ha pasado algo. Un accidente o algo.
¡Menudo laberinto!
La culpa es del autobús aquél de delante que no avanza. Si se moviera, nosotros habríamos llegado a la rotonda ya.
Esto no puede ser…
Pues yo no he visto nunca esto así de parao.
Ya llegaremos algún día. Lo que no sabemos si hoy o mañana.
No hay derecho, ¿eh?
Desde que han quitado la rotonda de abajo se monta siempre mucho lío aquí (el conductor dice que es la primera vez que ve un atasco así a esta hora). Pues yo pienso que sí, esas obras no están bien hechas. Y no hay quién me lo quite de la cabeza.
Mira estos qué listos por dónde se meten. Claro, por ahí por la orilla adelantan a todos y se colocarán los primeros. Y nadie les dice nada. ¡Pues métete tú también!”
Un niño, de la mano de su madre, camina mientras señala el cielo gris.
«En Bilbao se pueden cambiar las nubes por un arco iris de colores. Y donde está esa montaña pones una guardería»
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(Lacrimógenos del mundo, ¡unámonos!)
Pareja de jóvenes que bailan animados al popular son de los instrumentos de algún chicharrillo. Un jubilado que ha estado observándolos se acerca al chico y le comenta en voz alta, señalando a la chica:
«Pues si ahora se mueve así, ¡imagínate cuando os caséis!»
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Antes era distinto. Recuerdo una vez, en una fábrica en la que trabajé con treinta años, que el empresario no nos quería pagar. Lo hablamos en el comité de empresa, nos pusimos en huelga y le secuestramos allí mismo.
¡Hasta que no nos pague no sale de aquí!
Llegó la policía a la fábrica.
¡Señores!, ¿qué pasa aquí?
¡Este señor no nos quiere pagar!
¿Es verdad lo que dicen estos señores?
¡No puedo pagarles! ¡No tengo dinero!
Pues cierre la fábrica y vamos todos al paro pero cobrando. ¡Indemnización!
Bueno, bueno, arréglense entre ustedes pero sin armar follón.
La policía tampoco tenía ganas de muchos líos. Al final nos despidió a los ocho o nueve que formábamos el comité de empresa. A las 7 entraba el turno de la mañana. Cuando llegaron a la fábrica ya se había corrido la voz de que nos habían despedido y decidieron que ninguno iba a entrar a trabajar hasta que nos readmitiesen. La fábrica parada toda la mañana. Cuando llegó el turno de la tarde lo mismo, readmisión o no entra nadie.
Llévabamos mucho tiempo de huelgas, reuniones, reivindicaciones. Cuando llegaba a casa tu madre me ponía verde. Decía que nos íbamos a morir de hambre, que nadie me iba a contratar más, que cómo íbamos a salir adelante, pagar la casa, comer…
Al final la empresa tuvo que readmitirnos.
ANTSONEKOA, EL FORZUDO URDULIZTARRA
Juan Bautista de Artza e Iraola (1812-1856)
Esta escultura representa una de las innumerables proezas realizadas por Antsonekoa, en la que levanta el arado con una mano para señalar a dos guipuzcoanos la dirección donde se encuentra situado el caserío Antsone, lugar donde nació.
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